José “Pepe” Mujica, exguerrillero y expresidente de Uruguay, falleció este martes 13 de mayo a los 89 años, según confirmó el actual mandatario, Yamandú Orsi.
A comienzos de este año, Mujica había anunciado que el cáncer de esófago que le fue detectado en mayo de 2024 se había extendido y que su cuerpo ya no resistía más tratamientos.

“Con profundo dolor comunicamos que falleció nuestro compañero Pepe Mujica. Presidente, militante, referente y conductor. Te vamos a extrañar mucho, viejo querido”, escribió Orsi en su cuenta en X.
Su estilo de vida austero, su rechazo al consumismo y su compromiso con el cuidado del planeta lo convirtió en una figura admirada dentro y fuera del continente. Aunque amaba el trabajo rural, la política fue siempre su gran pasión.
José Alberto Mujica Cordano nació en Montevideo el 20 de mayo de 1935. Hijo de inmigrantes vascos e italianos, fue criado por su madre, a quien describía como “una doña muy dura”. Tras la muerte de su padre, se dedicó desde joven a cultivar flores que vendía en mercados callejeros para ayudar en su hogar.
Con una vida marcada por la lucha, la cárcel y la reconciliación, Mujica se convirtió en un símbolo del compromiso político y humano. Su legado seguirá vivo en la memoria de toda América Latina.
José Alberto ‘Pepe’ Mujica Cordano jamás abandonó su estilo de vida austero, incluso cuando alcanzó notoriedad internacional. Durante su presidencia, rechazó mudarse a la lujosa residencia oficial, el palacete Suárez y Reyes, y optó por quedarse en su chacra de Rincón del Cerro, donde disfrutaba del trabajo en el campo y de manejar su tractor, una rutina que mantuvo hasta el final de sus días. En sus viajes a la capital, era habitual verlo conducir su emblemático Volkswagen Escarabajo azul, el mismo en el que Lula dio un paseo durante su última visita en 2023.
Mientras estuvo al frente del gobierno, Mujica representaba un reto constante para su equipo de seguridad, ya que solía ignorar los protocolos. Era común verlo caminar sin escolta, compartir un asado o comer un helado junto a su esposa, Lucía Topolansky, en locales sencillos. Donaba dos tercios de su sueldo a un programa de viviendas sociales. «Necesito tener pocas cosas para dedicarles menos tiempo y concentrarme en lo que realmente me apasiona: la política», solía decir.
La formalidad del cargo nunca terminó de encajar con su carácter. «Mi gran problema siempre fue usar traje; cuando lo hago, generalmente en compromisos internacionales, nunca llevo corbata», confesó alguna vez.
En su hogar, vestía ropa cómoda y de trabajo, como sudaderas y pantalones de chándal, muchas veces con manchas de barro. Siempre estaba acompañado de Manuela, su perra de tres patas que vivió más de dos décadas con él y falleció en 2018. Las paredes de su casa estaban decoradas con fotos de ella.