abril29 , 2025

Mbeguemi online: Crónicas desde el edificio de vidrio

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Algo huele mal (y no solo es la basura)

Es cierto: los residuos domiciliarios, comerciales e industriales no tienen precisamente el aroma de un perfume francés. Sin embargo, muchas personas en situación de pobreza hurgan en ellos buscando lo que pueda “salvar la situación” del día. Pero no todos pierden con la basura. De hecho, hay quienes «salvan la situación» haciendo fortunas astronómicas con ella.

Las empresas recolectoras de residuos, contratadas por sus respectivas municipalidades —que, dicho sea de paso, deberían encargarse de esa tarea, pero les da urticaria trabajar—, son un claro ejemplo.

Para acceder a tan lucrativo negocio, estas empresas deben pasar por varios “filtros”. No hablamos de los sanitarios, claro está, sino de esos filtros especiales, invisibles al ojo humano pero muy sensibles al peso… del dinero.

Según los rumores de pasillo (que a veces suenan más a confesiones), dichos “procesos” tienen un precio, y no precisamente simbólico. Primero deben “convencer” a las principales cabezas de los distritos, y luego a los ilustres representantes del pueblo (preferentemente oficialistas y opositores kuates de ellos), cuya lupa utiliza un «aceite» e$pecial para activarse y dar el ok con algunos cambios en el pliego de bases y condiciones, de tal manera a dar sensación que el interés por lo publico es lo más para ellos.

Sí, algo huele mal. Y no es solo el camión de la basura que suele pasar por tu calle querido lector.

Hablando de basura (y no solo en sentido literal)

En San Lorenzo, el nuevo pliego de bases y condiciones para la licitación del servicio de recolección de residuos ya aterrizó en la Junta Municipal, donde, como es habitual, se lo derivó “para mejor estudio” —una frase que, en jerga edilicia, significa: guardémoslo hasta que se envíe el aceite para activar la lupa.

Lo que se sabe (porque el acceso a la información es casi tan fácil como conseguir un unicornio) es que el contrato actual con la empresa ECORESA tiene una duración de 10 años y vence el próximo 25 de noviembre. Pero atención: según los murmullos que se cuelan entre pasillos, esta vez el nuevo contrato sería por 20 años. Sí, leyó bien: ¡dos décadas de basura garantizada!

Eso sí, el pliego de bases y condiciones es una especie de receta secreta (solo para los ojos del pueblo), estilo Coca-Cola, que recién se revela una vez comprado. Hasta entonces, lo que hay en “la caja” es un misterio… aunque con olor a negocio redondo.

Por supuesto, el monto también promete: se habla de una suma varias veces millonaria. Y como ya mencionamos, no cualquiera pasa los famosos “filtros”. La empresa que quiera quedarse con el premio mayor deberá primero atravesar el fino tamiz de la intendencia y luego ser bendecida por los representantes del pueblo, varios de los cuales tienen «doctorado en apretar” lo necesario para que todo salga bien.

¿O qué creyó usted, querido lector? ¿Que esto era por amor al servicio público?

Empieza con méritos para ser candidato a diputado

Un super jefe (de esos que solo aparecen si hay cámaras fotográficas) ya está mostrando credenciales dignas de un político de carrera. Por ahí dicen que hace poco, incorporó a una veterinaria a su equipo… no para que trabaje en el campo, claro está, sino para que no haga absolutamente nada. De hecho, si se le ocurre ejercer su profesión y salir a hacer algo útil, el capo le recuerda —amablemente, por supuesto— que podría sacarla del equipo.

Al parecer, en su manual de “gestión pública”, tener un cargo significa cobrar sin trabajar. Y en eso, hay que reconocerlo, predica con el ejemplo: su especialidad es figurar en planilla y desaparecer en la práctica. Aunque, dicen las malas lenguas (esas que suelen acertar), que sí se lo ve muy activo reuniéndose con carniceros y esos que venden alimentos para mascotas… que casualmente siempre tienen algo que “colaborar».

Lo último es que el señor ya anda diciendo que quiere ser candidato a diputado. Con ese currículum, no cabe duda: ¡tiene todo lo necesario! Total, si ya domina el arte de no hacer nada cobrando un sueldo, el Congreso le espera con los brazos abiertos.

Un karaí comí que quiso plano (y le hicieron el cuento)

¿Recuerdan al trío dinámico del edificio de vidrio? Sí, esos que se quedan después de hora “haciendo planos”… aunque ninguno sea arquitecto, ingeniero ni ayudante de albañil. Bueno, resulta que ahora saltó un nuevo capítulo de esta tragicomedia urbana.

Según se comenta, un karaí comí —sí, un señor con uniforme y todo— fue uno de los tantos a quienes el trío prometió hacerle un plano. Pero ya sabemos cómo funcionan algunas promesas en la función pública: “te prometo” significa “te meto” (el cuento, claro).

El comí, indignado por el incumplimiento, fue a reclamar. Pero no lo hizo con una sonrisa y un mate en la mano. Dicen que la escena no fue precisamente cordial, y que el jefe del grupete se sintió amenazado. Aunque más de uno se pregunta: ¿qué esperaba? ¿Un ramo de flores?

Un detalle que no pasó desapercibido es que este trío, que supuestamente trabaja hacen planos válidos para validar legalmente en las oficinas del edificio de vidrio, ahora circulan en vehículos de alta gama. Al parecer, dibujar planos imaginarios paga mejor que ejercer una profesión real.

Y la pregunta queda flotando como un plano mal hecho: ¿en el edificio de vidrio a nadie le importa la seriedad del servicio público? ¿O ya se dieron por vencidos y abrazaron el caos con entusiasmo?

¿No tenés el documento de vida y residencia? ¡No hay drama!

Te vas a la muni, ilusionado, a sacar tu licencia de conducir —ya sea por primera vez o para renovar—, y te sale el primer obstáculo: te piden el famoso “vida y residencia”. Pero vos, como buen ciudadano de a pie, no lo tenés, porque claro, conseguirlo es toda una odisea: primero, buscar testigos (que te conozcan y estén dispuestos a perder media mañana), después peregrinar hasta la comisaría… un trámite digno de las siete plagas de Egipto.

Pero tranquilo, ¡en esta ciudad te queremos tanto… que eso no es problema!
Con ciertas señale$ viale$ bien interpretadas, un simpático secretario sale corriendo por unas cuatro cuadras y, como por arte de magia, te consigue el certificado completito. Eso sí, ni te preguntes quiénes son tus supuestos testigos: podrían ser el portero de la municipalidad, la señora de la fotocopiadora, o el perro que duerme en la esquina.

¿Legalidad? ¿Seriedad? Bah, detalles menores cuando lo importante es mantener el flujo… de papeles, claro.

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