Por Bárbara Avalos
Nos dicen que la educación es prioridad, que hay inversión, que hay mejoras en camino. Pero en la realidad, seguimos viendo escuelas en ruinas, docentes que trabajan con lo mínimo y estudiantes que, en lugar de recibir una educación que los prepare para la vida, terminan atrapados en un sistema que premia la memorización antes que el pensamiento crítico. Y mientras tanto, el dinero que debería estar garantizando un futuro digno para nuestros niños se pierde en sobreprecios, en materiales de baja calidad, en proyectos mal ejecutados. Se juega con el futuro de los estudiantes como si no importara, y lo peor es que como sociedad lo permitimos.
Nos ven la cara y seguimos siendo pasivos. Nos quejamos en redes, discutimos en reuniones, pero a la hora de exigir cambios reales, seguimos esperando que alguien más lo haga. Y mientras tanto, seguimos con la educación desfasada, formando generaciones que no aprenden a cuestionar ni a defender sus derechos, pero que tampoco comprenden sus obligaciones. Porque educar no es solo llenar cabezas de información; es formar ciudadanos capaces de pensar, de actuar con criterio, de construir su futuro con responsabilidad. ¿Cómo vamos a lograr eso si seguimos aceptando migajas en infraestructura, en contenido y en formación docente?
Y aquí hay algo que no estamos queriendo ver: la educación no se trata solo de qué aprenden los estudiantes en el aula, sino de cómo se forman como personas. Queremos jóvenes que sepan exigir sus derechos, pero no les enseñamos a hacerlo con argumentos. Queremos ciudadanos responsables, pero no les damos herramientas para tomar decisiones informadas. Nos quejamos de que la Juventud está desmotivada, pero seguimos forzándolos a aprender sin propósito, sin conexión con la realidad, sin espacio para el pensamiento crítico. Si no enseñamos a cuestionar, a debatir con respeto, a entender el mundo que los rodea, estamos criando generaciones que seguirán aceptando lo mínimo sin reclamar lo que les corresponde.
Y en el hogar, ¿qué estamos haciendo? No podemos esperar estudiantes comprometidos con su educación si en casa no se les enseña a valorar el esfuerzo, a respetar los límites, a entender que los derechos vienen con responsabilidades. Nos escandalizamos por la falta de respeto en las aulas, por la violencia, por la apatía, pero muchas veces no nos preguntamos qué rol estamos jugando en la formación de esos niños y jóvenes. La educación emocional no es un lujo, es una necesidad. Si queremos adultos íntegros, necesitamos enseñar a gestionar emociones, a resolver conflictos sin agresión, a convivir con empatía.
Y aquí volvemos a lo de siempre: ¿queremos volver a lo ymaguare o queremos avanzar con conciencia? La nostalgia no puede ser excusa para no ver lo que necesitamos hoy. No se trata de romantizar el pasado, sino de construir una educación que forme ciudadanos críticos, responsables y comprometidos con su sociedad. Para eso, las familias deben estar presentes, involucrarse, exigir calidad, pero también asumir su rol en la educación de sus hijos. No podemos seguir dejando toda la responsabilidad a los docentes y luego sorprendernos cuando los valores se pierden.
Como dice una amiga cuando hay demasiados problemas por delante: “Una crisis por vez”. Pero hay crisis que ya no pueden esperar. No podemos seguir permitiendo que la educación sea un botín de intereses, que los recursos se desperdicien en manos de quienes nunca han pisado un aula, que la improvisación se disfrace de innovación. Si no cambiamos nuestra actitud, si no exigimos con claridad y sin resignación, si no nos involucramos de verdad, entonces nos van a seguir robando el futuro.
Y lo más preocupante es que no solo nos lo roban a nosotros: se lo están robando a los niños, a los que vienen detrás, a los que no pueden defenderse. La educación no es un favor ni una promesa de campaña. Es el cimiento de un país. Y si seguimos aceptando lo mínimo, eso es lo único que nos van a seguir dando.