Demos y el dragón

El dragón tenía nombre: se llamaba Corrupto

En algún lugar y en otros tiempos, vivía un mitãrusu guapo y trabajador. Se llamaba Demos, y desde pequeño su trabajo fue cuidar del rebaño familiar, igual que lo habían hecho sus padres y los padres de sus padres antes que él. Su labor permitía que su familia –y otras familias de su pueblo- pudieran alimentarse, ya que la tierra no siempre daba buenas cosechas. Además la lana permitía a las mujeres del pueblo tejer abrigos para los duros días del largo invierno, cuando hasta los rios se congelaban.

Vivían en paz y con la diaria labor obtenían lo que necesitaban para subsistir. Incluso podían pagar los tributos que los emisarios del gobierno venían cada tanto a llevar. Una vez Demos le preguntó a su padre ¿Para qué pagamos tantos impuestos a estas personas?

– Ellos mandan, hijo – le respondio su padre.

Uno de los soldados que estaba acarreando granos, quesos y mantas, los miró con ojos de piedra, y el viejo le hizo señas al niño para que desapareciera. Durante años, Demos recordó ese día cada vez que los soldados venían a “pelar” la aldea.

Esos eran tiempos felices, pero Demos y sus vecinos no lo sabían.

Un día un grupo de personas -que huían montaña abajo- pasó por la aldea de Demos. Estaban aterrorizados. Algunos tenían extrañas heridas y muchos sufrían quemaduras. Les dieron comida y les ofrecieron ayuda para curar sus heridas.

– ¡No!- dijeron – ¡No podemos quedarnos aquí! Un enorme dragón a atacado varias aldeas de las tierras altas. Su voracidad es insaciable y nada lo detiene. Ataca granjas y aldeas y se devora todo lo que encuentra. Lo que queda lo destruye con su aliento de fuego.

– ¡Huyan! ¡Ustedes tampoco estarán a salvo, ya que al igual que nosotros, el dragón llegará hasta aquí!.

Cuando los montañeses se fueron, los aldeanos se reunieron. Estaban aterrorizados. No había nada que los protegiera de este enemigo cruel y despiadado.

La curandera de la aldea les habló de una única posibilidad de esperanza. En las oscuras cuevas del desfiladero de la verdad, había un poderoso hechicero, él era el único que podía darles alguna ayuda contra el dragón que se acercaba.

Demos viajó inmediatamente hasta el desfiladero de la verdad, y bajo a las oscuras cuevas donde vivía el hechicero y  este aceptó ayudarlo.

– Hay una sola forma de vencer al dragón, y es acabando para siempre con él de un solo golpe. Como es muy poderoso, no hay armas que penetren sus escamas, y solo puede ser derrotado con una flecha de la decisión.

– Pero debes tener cuidado, la flecha que te daré solo puede ser disparada con el arco de la voluntad. Y la mala noticia es que existe una sola flecha, ya que esta aparece magicamente solo cada cuatro años. Por ello debes apuntar bien, y debes dispararla desde muy cerca para que alcance al dragón y lo acabe.

Demos tomo el arco y la flecha mágica, y agradeció al hechicero. Le aseguró que enfrentaría al dragón y le dispararía la flecha mágica para acabar con el sufrimiento de su pueblo.

– Pero debes tener cuidado- le recomendó el hechicero- no solo dientes y garras tiene como armas el poderoso dragón, también lanza fuego por su boca. Asi que debes acercarte y dispararle, una vez que haya lanzado su fuego contra ti ya que tarda en recuperarse.

Demos y su gente esperaron ansiosos la llegada el poderoso enemigo. ¿Podrían acabar con el terrible depredador antes que este acabe con todos ellos? Cada día pasaban más personas huyendo del monstruo, y por ellos supieron que ya se encontraba muy cerca. También se enteraron que el dragón tenía nombre: se llamaba Corrupto porque no solo devoraba los recursos y destruía las aldeas, sino que además, sembraba la podredumbre por los lugares en los que pasaba. Donde había estado el dragón, la tierra y todo lo que en ella había –plantas, animales, personas- enfermaban y morían.

Y el dragón llegó una mañana de domingo.

Demos, desde muy temprano estuvo en su puesto esperándolo. La fe de su familia y de su aldea estaba puesta en él.

Finalmente, el valiente mitãrusu y el enorme depredador estuvieron frente a frente: el muchacho lo llamó por su nombre ¡Corrupto! y el dragón avanzó directamente para matarlo. Lanzó su ataque de fuego que Demos –habilmente- esquivó ocultandose tras unas rocas. Y volvió a lanzar otro ataque de fuego – eso no estaba previsto- pero el valiente Demos logró guarnecerse otra vez.   

Mientras atacaba, el dragón –que era muy astuto- pudo ver que su pequeño enemigo tenía en sus manos el arco de la voluntad y la flecha de la decisión, y comprendió que este podría matarlo con esa poderosa arma mágica.

Hubo un largo minuto de silencio. Demos salió de su refugio, y se acercó para acabr con el dragón. Armó su arco y apuntó la flecha directo al corazón de corrupto. Pero el depredador estaba sentado sonriendole.

– ¡Vaya que eres valiente! – le dijo con una dulce y melódica voz – Nunca había visto a ningún jóven tan apuesto y tan audaz. ¿Acaso eres de esa hermosa aldea que está ahí detrás?

Demos se sorprendió mucho. No sabía que los dragones hablaran, ni tampoco sabía que sonreían.

– ¡Callate corrupto! – le gritó.

– ¡Bien! – dijo el dragón- si quieres que me calle, me callaré. Si quieres que me vaya, me iré. Pero sería una lástima: yo vine hasta aquí para traerte progreso y riquezas. Vine a ayudar a tu aldea para que nunca más pasen hambre ni frio. Además puedo hacer que los soldados ya no vengan hasta aquí a robarles sus alimentos y abrigos.

– ¡Tu has venido a robarnos, matarnos y destruirnos!

– ¿Eso crees? Obviamente no me conoces. Estás equivocado al creer los chismes que las personas malas dicen de mi. Yo estoy aquí para salvar a todos ustedes y ayudarlos.

Mientras hablaban, el dragón se iba acercando a Demos, muy lentamente. El valiente pastor parecía hipnotizado con el hermoso discurso de corrupto. Las cosas que el dragón les prometía eran extraordinarias.

Las personas de la aldea empesaron a salir de sus escondites y a escuchar lo que corrupto decía.

– Debemos escucharlo – gritó uno de los vecinos.

– Si… ¡ofrece muchas cosas! – dijo una de las mujeres, y varias asintieron con la cabeza.

– ¡Oye Demos! – le gritó el jefe de la aldea- Vamos a sentarnos a dialogar con él.

El dragón sonreía en silencio y Demos dudaba. No sabía si lanzar la flecha o no.

Ahora ya eran varias las personas que decían: – ¡Hay que apoyar a Corrupto! Total ¿qué podemos perder? El nos ofrece de todo…

En ese momento Demos dejo el arco y la flecha en el suelo, y en unos segundos ambos desaparecieron. Sin la voluntad y sin la desición… las armas mágicas perdían su poder.

Y fue así como el dragón atacó y destruyó la aldea, devoró el rebaño, esclavizo a los pocos aldeanos que no mató, quemó chacras y casas, contaminó la tierra, los pozos de agua y los arroyos. La corrupción arrasó con todo.

Demos logró escapar de la muerte y volvió al desfiladero de la verdad.

– ¿Qué haces aquí? – le preguntó el hechicero- ¿Por qué no has matado al dragón?

– Lo siento, me ha engañado y perdí mi única arma. ¿Podrías darme otra flecha para matarlo? Ese maldito destruye todo con total impunidad. Nadie lo detiene.

El hechicero lo miró con pena, y le dijo:

– Ya te advertí que la flecha de la decisión solo podemos usarla una vez cada cuatro años. Perdiste la oportunidad de salvar a tu gente y a tu pueblo, y quizas nosotros también muramos antes de esos cuatro años. Ahora solo debemos aguantar y tratar de sobrevivir.

Este es un cuento para niños. Y nosotros, los paraguayos somos un pueblo de niños. ¡Despierta! Este domingo, cuando tengas en tu mano la flecha mágica que puede acabar con varios corruptos no te dejes seducir por el aliento mentiroso de ninguno de ellos. Elige bien, apunta bien y dispara tu flecha.

O aguantate tu -y tu gente- otros cuatro años.

Demos fue tonto una vez. nosotros -usted y yo- ya hemos sido tontos muchas veces.

CARLOS QUINTO