El roble y el Junco

Uno está firme en la lucha, o jamás estuvo.

Aún recuerdo la carita de pena y la voz acongojada de cierto edil sanlorenzano, quien haciendo uso de la palabra en plena sesión narró su desgarradora experiencia ante sus colegas. Al pobre hombre público le asustó terriblemente que algún desubicado lanzara un petardo 3×3 a cierta distancia de su humilde morada.

El roble y el Junco

El hecho, que normalmente –y lamentablemente– ocurre en Paraguay cada vez que hay algún partido de futbol, no solo fue aprovechado por el político para salir en los medios como víctima, sino que le sirvió de pretexto para obtener vigilancia policial en su vivienda.

Hubo gente que pensó –quizás injustamente- que todo fue montado por alguien que desesperadamente intenta resurgir ante el creciente desprecio que los votantes están sintiendo hacia su persona.

En días recientes, un grupo de personas colocó un artefacto pirotécnico en la entrada de otra vivienda. No era un 3×3… era una batería de 72 petardos 12×1: encendieron la mecha y se retiraron tranquilamente del lugar, haciendo llover explosiones y fuego sobre una casa en la que residen personas de tercera edad y un bebé.

Las violentas explosiones afectaron a varias manzanas a la redonda, privando del sueño a trabajadores, a ancianos y a niños indefensos en una ciudad indefensa ante la impunidad de grupos de intimidadores políticos que sólo buscaban “dar un aviso” a los habitantes de una vivienda: la casa del ciudadano Carlos Ferreira Lugo, conocido por sus públicas denuncias de corrupción contra autoridades municipales.

No se vio a ningún miembro de la Junta Municipal con carita triste por ese hecho, ni hubo comentarios críticos contra esa incipiente forma de terrorismo urbano que, en cualquier momento podría pasar: del petardo a acciones peores. Tampoco le pusieron un policía en la puerta al ciudadano Ferreira. A nadie pareció importarle.

La policía nunca apareció, pero al menos se dignó a tomar nota de la denuncia escrita presentada. En San Lorenzo, la fuerza pública parece tener juanetes en las nalgas de tanto y tanto que están sentados. Pero en ocasiones, hasta mi perro casa una mosca.

Ambos casos mencionados son bastante desproporcionados, pero no pasan de lo inútil: no es con fuegos artificiales que se detienen las ideas. Y si un hombre de bien huye de un petardo: no es hombre -o no es mujer- y jamás estuvo caminando en línea recta. Los idealistas, los soñadores, los que luchan por una causa justa… tienen sus bajones, pero se levantan.

El político argentino Leandro N. Alem, escribió en su carta de suicidio: 

He terminado mi carrera, he concluido mi misión.

Para vivir estéril, inútil y deprimido, es preferible morir.

¡Sí, que se rompa, pero que no se doble!”

Un notorio pensamiento que, supuestamente, justificaría una actitud suicida.

No obstante, coincido más con las enseñanzas de los antiguos maestros tibetanos que, en sus clases de artes marciales suelen enseñar la parábola del roble y el junco. Y dicen que un fuerte roble compartía su espacio vital con un pequeño y débil junco que crecía junto a un ykuá. El roble despreciaba al junco por su debilidad y pequeñez. Aquel, solo era una pequeña hierba que ni siquiera podía compararse con el magnífico roble, de tronco enorme y ramas poderosas.

Hasta que vino una tormenta muy fuerte, y un viento furioso sopló toda una noche. Cuando amaneció y paró la lluvia, el poderoso roble estaba por el suelo. Sus ramas y hojas estaban desperdigadas por todas partes y el tronco –podrido por la corrupción que tenía dentro- se había convertido en leña y nidos de kupi-i.

Pero el junco seguía en su lugar, exactamente como había estado siempre, su flexibilidad fue más poderosa que todas las toneladas de madera del roble. Lo sacudieron durante toda la tormenta, pero no lo rompieron.

Así como al roble lo destruyó el viento que vino desde afuera, también lo arruinó la podredumbre y los parásitos que tenía por dentro. La rigidez del roble demostró ser inútil ante la flexibilidad y el aguante del junco.

Podrán soplar muchos vientos en esta ciudad, vientos de un sector o del otro. Vientos calientes y vientos helados. Pero la verdad, como el junco, resistirá. No importa que la sacudan de un lado a otro. La verdad no se rompe.

Pero algo que está podrido por dentro, algo que está minado de parásitos, no resistirá mucho tiempo a la tormenta.

Y ya ha comenzado a soplar la brisa.

Carlos Quinto