Breves de la historia de San Lorenzo del Campo Grande (I)

 

En este mes de los 242 años de fundación de nuestra ciudad, estaremos compartiendo algunos resúmenes de la historia de San Lorenzo del Campo Grande. Esto la haremos gracias a la gentileza de Don Silvio Avalos Sánchez, quien con su trabajo tesonero de recolección de datos históricos mediante consultas de libros publicados de diferentes autores, así como de su propia investigación, consiguió reunir varios antecedentes de lo que el pueblo era tiempo atrás. Hoy la primera entrega.

 

Gentileza de Silvio Avalos Sánchez

SAN LORENZO Y SU GENTE

En la segunda mitad del siglo XVII, época en que se instalan los jesuitas en Tapyipery, la población de Asunción y sus alrededores, según el censo de 1682 levantado por el obispo Faustino de Casas, se componía de 6.480 habitantes, de los cuales 2.145 eran varones solteros y 2.437 solteras. Muchos de esos vecinos feudatarios se hallaban dispersos por los valles de Tapyipery, La Frontera, Capiatá y Pirayú.
Estos pobladores tenían a su servicio un total de 1.120 esclavos negros y mulatos provenientes de Angola, Congo y Guinea, así como de 2.075 yanaconas o indios originarios a su servicio. Españoles, criollos, mestizos, esclavos y yanaconas residentes en Asunción sumaban un total de 9.675 habitantes, sin contar los indígenas reducidos a pueblos. La población total del Paraguay ascendía a 38.666 habitantes, de los cuales el 37,4% residía en Asunción y sus alrededores.

El padrón de Campo Grande de 1704, del cual ya se ha hecho mención en capítulos anteriores, nos da una idea más aproximada de la cantidad de habitantes que podrían haber tenido Tapyipery y los pagos cercanos al mismo. En todo Campo Grande había entonces cerca de un centenar de encomenderos con sus familias a cuyos servicios perpetuos vivían más de mil yanaconas y algunos negros esclavos.
Cada una de estas familias contaba con “casa puesta”, vale decir, una propiedad donde residía, además de tierras de labranza y pastoreo y un rancho para vivienda de los esclavos y yanaconas de su propiedad. Pero no todos contaban con estos bienes; había gente muy pobre y desamparada. Tampoco faltaban los “vagos y mal entretenidos” que traían malestar al vecindario; de ahí el control trimestral que los jefes locales enviaban a los gobernantes acerca del comportamiento de la población y de los castigos practicados contra los “delincuentes”.

Durante toda la época colonial y gran parte de la independiente, las autoridades locales ejercían una estricta tutoría sobre los pobladores de su jurisdicción. Los castigos físicos, destierros, reclusiones, etc., eran prácticas comunes en el vecindario. Entre 1842 y 1843 el Jefe de Urbanos de San Lorenzo del Campo Grande comunica al Presidente López haber entregado al cacique Suyca del Partido de Curuguaty dos indios guanás que andaban errantes por el vecindario. También se aplicaron 20 azotes a un indio por haberse fugado de su amo. Otros 25 azotes para un indio desobediente a sus padres. Se entregó una viuda al cuidado de una persona responsable para que la mantenga “segura” por tener trato ilícito con un hermano político. Además, el Jefe de Urbanos manifestó sus buenos oficios a favor de los “descarriados”, como el hecho de haber logrado casar a una mujer de “linaje blanco que vivía una vida ilícita con su mismo cómplice”.

Los padres que no cuidaban de sus hijos perdían el derecho sobre los mismos y se los sacaba de la casa para entregarlos a personas que pudieran cuidarlos, educarlos y mantenerlos “por faltarles en todo sus padres a la asistencia necesaria”.
En 1845 López reitera al Jefe de Urbanos de San Lorenzo la orden de perseguir a “los intrusos, vagos, amancebados públicos, ladrones y todo mal entretenido de ambos sexos”. La contestación a la nota del gobierno fue escueta: “En esta ocasión –le dice- no hubo ningún prófugo, ni vago a ser capturado”. En 1846 el informe también refleja un ambiente de tranquilidad en la población sanlorenzana: “No ha ocurrido en esta jurisdicción ninguna novedad, ni crímenes que castigar pues los vecinos se hallan tranquilos y dedicados a sus tareas y trabajos”.

Tan estricto y absorbente era el control del gobierno sobre la vida y la propiedad de los habitantes, que nada podían decidir las autoridades locales sin el consentimiento o información al gobierno central. Así, en 1848 José Gabriel Benítez, Jefe de Urbanos de San Lorenzo comunica a López que ha mandado hacer con los vecinos a su cargo un galpón pajizo compuesto de dos lances y cupial destinado a la enseñanza de los niños, en donde ha puesto a don Esteban Ruiz como maestro de primeras letras y que dicha enseñanza empezó el 1 de noviembre, con un total de 90 niños.
La centralización del poder continuó vigente durante el gobierno de Francisco Solano López, quien prohibía “todo grito o algazara a deshora de la noche” y mandaba que se hicieran rondas nocturnas a caballo para seguridad del vecindario.

Al estallar la guerra contra la Triple Alianza -1865-1870- el gobierno decretó la movilización de los “reservistas” de todo el país. De San Lorenzo del Campo Grande acudieron 534 hombres procedentes de Tapyipery, Yataity, Reducto y Balsequillo. También se presentó una compañía de pardos y mulatos constituida por 104 soldados que, demás está decir, habrán servido de carne de cañón por tratarse de gente de color, muy discriminada y subestimada por el resto de la población.
Las mujeres sanlorenzanas quedaron a cargo de los niños y ancianos, además de la responsabilidad del sustento diario, para lo cual debieron trabajar en el campo como agricultoras y cuidadoras de animales. Las “damas” del pueblo colaboraron con todo tipo de alhajas, como rosarios, cruces, anillos de ramales, zarcillos con pendientes, collares, todos de oro.
Uno de los sanlorenzanos destacados en la “guerra grande” fue Saturio Ríos, inventor de un sistema telegráfico simple pero eficaz mediante el cual “se podía recibir los despachos a oído, sin emplear la cinta de papel, que no era abundante”.

El común de los vecinos de San Lorenzo vivía de la agricultura y de la cría de animales domésticos, actividades éstas realizadas bajo el estricto control de las autoridades residentes en Asunción. Los más pudientes hacían trabajar para sí a los esclavos e indios yanaconas. Los pobres trabajaban en tierras arrendadas a los ricos, quienes debían entregar anualmente parte de sus cosechas. En la fábrica de tabaco de San Lorenzo trabajaban los indígenas mitarios procedentes de los pueblos de indios y alguno que otro morador del lugar.
La ex chacra jesuítica de San Lorenzo, luego propiedad del Colegio Seminario de San Carlos, proveía de carne y verduras a los seminaristas de Asunción. Las entregas se hacían a través del cura del lugar, como lo atestigua un documento de 1792 en que el vice párroco José Antonio Rivarola envió de la chacra de San Lorenzo, para gastos del Seminario, “cuatro fanegas de maíz, dos del morocho y dos del blanco”.
Con el tiempo, los mestizos o paraguayos constituyeron la mayor parte de la población de Campo Grande, incluyendo a San Lorenzo.

Según el censo de 1782 sólo quedaban cinco españoles europeos, 47 esclavos negros y mulatos, 58 indios libres, 156 mulatos libres y 1.972 mestizos. Para entonces ya no aparecen los yanaconas que a comienzos del siglo XVIII constituían el 20% de la población de Asunción y sus alrededores.
A la escuela de primeras letras asistían los niños y jóvenes; las niñas sólo iban a la doctrina. Según la costumbre de la época, la mujer no necesitaba otra instrucción más que la doméstica y religiosa. Ya casi a finales del siglo XIX la Junta Municipal de San Lorenzo abrió la primera escuela pública para niñas.

(“San Lorenzo del Campo Grande. Memoria Histórica”, de Margarita Durán Estragó).